Algo pasa cuando los adolescentes, pensando tan pronto en su futuro, cambian el aula por la calle y nos apremian a adoptar medidas urgentes sobre las consecuencias del cambio climático: piensan en su porvenir y claman por nuestra responsabilidad. Greta Thunberg, joven sueca de 16 años, se ha convertido en el símbolo de una generación que teme por su futuro, exige soluciones y nos enfrenta a nuestras obligaciones con una reflexión de fondo: ¿qué mundo les vamos a dejar? Forma parte de una juventud que estará marcada por la escasez de agua, fenómenos climáticos extremos, crisis de biodiversidad y contaminación atmosférica, al límite de llegar a un punto sin retorno que nos indica que es preciso cooperar para compartir los recursos del planeta de manera equilibrada. No tenemos excusa y apenas tiempo de rectificar.
Las jornadas de Fridays for Future han coincidido con la cumbre de Nairobi de Naciones Unidas sobre el cambio climático cuya conclusión es desoladora: el estado del medio ambiente ha seguido deteriorándose en todo el mundo. La protesta de los jóvenes es una alarma y el informe final, inquietante. Caminamos hacia el incumplimiento de los acuerdos de París. Da la impresión de que estuviésemos aplazando el futuro. Los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS) establecidos por la Naciones Unidas -en los que el agua juega un papel transversal-, suscritos por 195 países, son, de hecho, un pacto entre generaciones para proteger el planeta y cambiar un modelo productivo que devora los recursos naturales. Planteaban unos objetivos que empiezan a ser tardíos de alcanzar. Ahora parece que muy pronto fuese ya demasiado tarde.
Sin dejar a nadie atrás, el lema elegido por las Naciones Unidas para el Día Mundial del Agua, es buena oportunidad para abogar, cada uno desde su posición, para que la ambición y el alcance presentes en la promulgación de los Objetivos del Desarrollo Sostenible sigan intactos.
La idea de un futuro climático incierto no es alentadora para nadie, menos aún para quienes apenas tienen despejado el horizonte del día siguiente. Hemos de encontrar espacios comunes de colaboración entre Administraciones, empresas y sociedad civil que propicien una solución colectiva de la que depende el mañana de la humanidad.
La globalidad nos ha aportado grandes ventajas, pero también ha generado incertidumbres: seremos 10.000 millones de habitantes en 2050 en un mundo básicamente urbano que consumirá, en apenas 10 años, el 50% más de energía y alimentos y el 30% más de agua de lo que se gasta actualmente. Desde el sector del agua ya estamos contribuyendo a dar respuesta, construyendo ciudades resilientes, infraestructuras naturalizadas o desarrollando herramientas para que nadie se quede fuera del acceso al agua y al saneamiento.
Son tiempos de cambio y en el cambio encontramos motivos para un moderado optimismo que hemos de aprovechar. La comunicación deviene en ejercicio de observación y diálogo; la innovación se constituye en elemento de supervivencia. Dado el retraso evidente que arrastramos en el cumplimiento de los ODS, debemos plantear los próximos meses, como un punto de inflexión, un momento que nos permita aglutinar voluntades y volver a confluir en la hoja de ruta de manera coral. Si no, llegaremos tarde a afrontar el horizonte de 2050, cuando Greta Thunberg cumpla la cincuentena: «Nos dicen que somos jóvenes, pero no hay tiempo para esperar a que crezcamos y nos hagamos cargo». ¡Nos están pidiendo ayuda ante un destino incierto!
El mes de diciembre en Chile, donde se reunirá la COP 25 (Asamblea de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático) tendremos una nueva oportunidad para repensarnos, recapacitar y poner sobre la mesa la urgencia en el alineamiento de todas las partes y la importancia de la colaboración público-privada como instrumento para combatir las desigualdades en el planeta. Será, además, una gran ocasión para que el mundo empresarial español asuma un papel protagonista en un espacio de gran influencia que se estima de 750 millones de hispanohablantes a mediados de siglo. Una oportunidad que no podemos perder, dada la proyección e influencia de nuestro país en el continente americano, el peso de la Agenda 2030 en la definición de nuestro desarrollo como país y la confianza creciente en el papel de las empresas. Precisamente, nuestra actividad en Santiago de Chile se ha significado por convertir la metrópoli en la primera de América Latina en depurar el 100% de las aguas residuales. Allí, además, hemos puesto en marcha lo que hemos llamado biofactorías : la evolución de las plantas depuradoras hacia un modelo de economía circular con cero contaminación, cero residuos y autosuficiencia energética, un modelo que se está implementando también en Granada o en Barcelona.
A nivel global, Naciones Unidas cree que los progresos son demasiado lentos para alcanzar las metas. Es imperativo en todo caso plantearnos un horizonte; saber a dónde queremos ir y en qué plazos. Para ello, hemos de tener la voluntad de impulsar un proyecto que genere esperanza a la sociedad, movilizando la iniciativa pública y la privada, instituciones, sociedad civil, empresas, mundo académico y asociaciones, conscientes de que debemos adoptar decisiones cuyos efectos se medirán en las próximas décadas. Se trata de medidas que permitan erradicar el hambre y la pobreza, mejorar la salud y la educación, construir ciudades más sostenibles y hacer frente al cambio climático. Más allá de un deber, se trata de una responsabilidad ética. Ya no podemos pensar solo en el modelo productivo, sino también en el social. Estamos obligados a planear una gestión global en que la inmensa mayoría de la humanidad tenga derecho a participar del banquete de la naturaleza, poniendo todos los medios y conocimiento para que nadie se quede atrás.
Las empresas tenemos que ser capaces de establecer una nueva forma de relacionarnos con nuestro entorno, generando confianza, colaborando en el desarrollo sin hipotecar el futuro. Hay que investigar para encontrar soluciones sostenibles. Es un ejercicio de responsabilidad que nos incumbe a todos, huyendo de las urgencias y sentando las bases para preservar el patrimonio colectivo, mejorar la eficiencia para proteger los recursos, aportar soluciones y planificar el porvenir. Si somos capaces de edificar un modelo de desarrollo sostenible, el agua dejará además de ser ese factor que tanto ha marcado la desigualdad entre los pueblos, para convertirse en un elemento de igualdad y bienestar. Nuestros hijos lo agradecerán. Y, mucho más, nuestros nietos. Unos y otros nos lo exigen.
Este artículo fue publicado el 22-03-2019 en ‘El País’ con motivo del Día Mundial del Agua.