Cada 10 de diciembre conmemoramos la firma de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. En este documento histórico de 30 artículos se recogen los derechos inalienables e inherentes a todos los seres humanos. Casi 70 años después de su proclamación, recordamos su necesidad y vigencia.
El articulado del documento primigenio, en un contexto marcado por la cercanía del final de la Segunda Guerra Mundial, se centró en aspectos básicos y esenciales para el desarrollo del hombre en un momento donde el respeto a la dignidad humana había quedado en entredicho. Fue un acuerdo sin precedentes y uno de los grandes hitos de la humanidad.
Sobre el derecho humano al agua, en el documento histórico solo podemos apreciar cierta referencia implícita en el artículo 25 donde se recoge que «toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios». El derecho que nos ocupa directamente no fue reconocido hasta 62 años después.
El 28 de julio de 2010, a través de la Resolución 64/292, la Asamblea General de las Naciones Unidas admitía el derecho humano al agua y al saneamiento, reafirmando que tanto el agua potable limpia como el saneamiento son esenciales para la realización de todos los derechos humanos. En definitiva, se reconocía – con cierto retraso histórico- que el agua es el derecho más fundamental, como afirmaba en este otro artículo, es el paso indispensable para que se puedan asegurar muchos otros derechos humanos como la alimentación, la salud y el desarrollo en un medio ambiente en equilibrio. Ninguno puede ejercerse con plenitud si no existe la garantía previa del derecho al agua.
La concisa resolución recoge una exhortación expresa a los Estados y organizaciones internacionales para propiciar los recursos financieros, la tecnología y la cooperación capaces de hacerlo efectivo. Es decir, no vale exclusivamente el mero reconocimiento del derecho, si no que hay que poner los medios para universalizarlo, ya que todavía hoy 3 de cada 10 personas carecen de acceso a agua potable y 6 de cada 10 de un saneamiento seguro.
Para que nos hagamos una idea de la importancia de contar con los medios necesarios e inversión, traigo a colación el estudio de la Fundación Bill y Melinda Gates The stories behind the data, en el que se demuestra el positivo impacto que tiene la inversión en la lucha contra la pobreza y la desigualdad. Lo novedoso del informe es que, alineado con los ODS, en él se proyectan varios escenarios (mejoría, estancamiento y regresión de la inversión) que nos dibujan la situación para 2030.
El documento recoge datos sobre la situación del saneamiento, que registra una mejoría de 24 puntos desde el año 1990. La proyección deja a un lado inversiones de gran calado como el alcantarillado o las plantas de tratamiento de aguas residuales – no factibles en algunos países en desarrollo- y se centra en aspectos más asequibles como la mejora en la recogida de los residuos o de las letrinas. La situación para cada uno de los escenarios salta a la vista, como se puede apreciar en la figura adjunta. No debemos olvidar que cada punto porcentual representa a millones de personas.
Decía Eleanor Roosevelt, promotora de la Declaración Universal de Derechos Humanos, que los derechos humanos universales comienzan «en lugares modestos, cerca del hogar, tan próximos y tan modestos que no es posible verlos en ningún mapa». Por tanto, la acción coordinada de todos – administraciones públicas, instituciones, empresas y ciudadano-, permitirá el cumplimiento en cada rincón del planeta. Nosotros, como profesionales del agua y conscientes de nuestra responsabilidad, nos esforzamos cada día, y en cada lugar donde estamos presentes, para que sea una realidad.