Hace ahora un año dedicaba un post en este blog al trinomio agua-alimentación-energía. Decía en aquel momento que los tres elementos representaban los tres vértices de un triángulo indisociable para la vida y el desarrollo humano, en el que fluyen las sinergias pero donde también se van agravando cada vez más las tensiones, por lo que su gestión eficiente tendrá un papel determinante en la agenda internacional de desarrollo sostenible hasta 2030.
Precisamente atendiendo a esta premisa, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el año 2016 Año Internacional de las Legumbres, con el fin de sensibilizar a la opinión pública sobre las ventajas nutricionales de las legumbres y su papel en la producción sostenible de alimentos, encaminada a favorecer la seguridad alimentaria.
En la actualidad, el arroz, el maíz y el trigo conforman dos tercios de los alimentos que consumimos a nivel mundial. El consumo de legumbres, que se sitúa en una media anual mundial de 7kg. por persona y año, ha experimentado una disminución lenta y continuada, tanto en los países desarrollados como en desarrollo. Por el contrario, ha aumentado el consumo de productos lácteos y carne, el cual se prevé siga creciendo de forma considerable.
Dejando a un lado los valores nutricionales de las leguminosas – son una fuente importante de proteína vegetal y de hierro, bajas en grasas y exentas de colesterol-, el aumento de este cultivo podría beneficiar también a la reducción de energía y agua. La producción de legumbres requiere poca agua, especialmente en comparación con otras fuentes de proteínas. Por ejemplo, la producción de daal (similar a una lenteja y muy utilizado en India) precisa 50 litros de agua por kilogramo. En cambio, para producir un kilogramo de pollo se requieren 4.325 litros de agua y, para un kilogramo de carne de ternera, 13.000 litros de agua. Por lo tanto, su reducido consumo de agua convierte a la producción de legumbres en una buena opción en aquellas zonas y regiones más secas y propensas a la sequía.
El equilibrio en el trinomio agua-alimentación-energía es un tema de vital importancia. No sólo en la teoría, sino también de cara a buscar soluciones marcadas por el horizonte de un desarrollo sostenible. De hecho, el primer ciclo temático de CREA, el Centro de Recursos del Agua de la Ciutat de l’Aigua, se dedicó precisamente a esta temática y quiso poner en primer plano el aumento del consumo de recursos hasta el 2030, con un incremento de más del 33% del gasto en energía, un 27% de aumento en el consumo de alimentos y, consecuentemente, un aumento del consumo de agua de más del 41% con respecto al actual.
La innovación y la tecnología juegan un papel determinante a la hora de superar el riesgo que suponen estos incrementos de consumo. Con respecto al nexo agua-alimentación, los esfuerzos deben focalizarse en aumentar la productividad del agua en las zonas regadas y el valor por unidad de agua en una mejor gestión de la humedad del suelo y aplicando riego complementario.
Es un camino que debemos recorrer y para el que no existe alternativa. Sin embargo, a las mejoras en las perspectivas de futuro que vienen asociadas al uso de la tecnología y la innovación, debemos añadir otras como el cambio de nuestra dieta y la incorporación de alimentos que reduzcan la huella hídrica. Las legumbres son uno de ellos.