Ildefonso Cerdá era Ingeniero de Caminos Canales y Puertos, profesión ligada a esfuerzo, abnegación, dedicación, vocación de servicio público y, sobre todo, estudio para llegar al conocimiento en la ejecución del proyecto. Cerdá estudió en profundidad, de una manera técnica y científica, como nadie lo había hecho hasta entonces, las condiciones de vida de la clase obrera y todos los demás aspectos relacionados con su plan.
Cerdá nació en lo que aquel entonces era Sant Martí de Centelles, hoy Centelles. Era catalán, de nacimiento y de convicción, y sus orígenes rurales marcaron su manera de concebir la vida. La forma de mirar es necesariamente distinta si se nace en París, Londres, Roma, Madrid. Si la obra de Cerdá se hubiera desarrollado en otro lugar que no hubiera sido la Catalunya de la época, y en concreto Barcelona, probablemente sería mucho más conocido y estudiado de lo que es en la actualidad.
Ildefonso Cerdá tuvo unos principios básicos que fueron el fundamento ideológico de su obra: el ciudadano como referente, un pensamiento integral, el territorio como suma de urbe y de campo, universalidad, anticipación, complejidad, coherencia, interescalidad, justicia y equidad. Su escrito sobre «Las cinco bases de la teoría general de la urbanización» fue olvidado, rescatado y reiteradamente olvidado, aunque su obra la vivimos cada día en Barcelona. Cerdá trabajó para el presente que hoy tenemos, que en su día fue futuro.
Los contenidos básicos que nos enseñó fueron la pasión por el estudio, placer en el trabajo, convicción en la defensa, divulgación y comunicación de las ideas. El cambio es un parámetro permanente. Los que están mejor preparados serán, una vez más, el motor social y avanzarán con las nuevas ideas.
La profesionalidad obliga a la transversalidad de conocimientos. Toda actividad profesional y, por ende, las empresas que estén relacionadas con la ciencia, la técnica y la ingeniería, deben captar, coordinar e integrar el know-how disponible.
En su tiempo, Cerdá sufrió una oposición clara de la administración local en la ejecución de su plan. Hemos tenido otros ejemplos como Torán, Torroja o Fernández Casado. El ejercicio de la profesionalidad otorga autoridad, que implica preeminencia, prestigio, dignidad, jefatura pública y privada. Y, especialmente, la capacidad para influir sobre los acontecimientos por decisión, conocimiento, valentía y calidad; y nunca una autoridad ligada a la soberbia, al dinero, a la estolidez o a la conciencia de coronar una jerarquía. Esta es la autoridad de Cerdá y es el camino que debemos seguir.
Cerdá nos ha dejado un gran legado que tenemos que continuar. Creó una nueva ciencia en la que hay que profundizar desde la transversalidad profesional, desde la perspectiva global, desde el estudio y la reflexión, con el tiempo necesario para tomar las decisiones adecuadas. Pero hay que tomarlas.
Uno de los principios básicos de Cerdá, fue la interescalaridad. Supo trabajar a diferentes escalas, con una mirada global en la actuación local. Cerdá es indudablemente moderno. Los principios y conceptos desarrollados por nuestro compañero nos deben marcar el camino. Superaremos los obstáculos actuales, y tenemos que avanzar para trasformar la sociedad en la del siglo XXI. Todos los «Cerdás» que existen en los diversos lugares, y que son muchos más de los que en apariencia se pueden ver, ya están trabajando en ello.
Cerdá mostró un carácter precursor y muy avanzado a su tiempo. Trabajó con placer, pasión y dedicación para llevarlas a cabo, a pesar de todos los obstáculos que encontró.
Publicado en Ingeniería y Territorio nº88