Los días mundiales, entre moda y esfuerzo de sensibilización, han impuesto su ritmo e invitan a una lectura complementaria de nuestros calendarios. Que cada día sea el día mundial de algo corre el riesgo de rayar en lo banal. Las Naciones Unidas y la UNESCO, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, han conseguido sustituir – como una nueva religión laica – el santoral católico, al que debíamos devoción, por otros días a los que debemos atención y sobre todo postureo tuitero. Así, en nuestro gremio o ramo – como tradicionalmente se denominaba el ramo del agua – se ha sustituido el primero de junio la Virgen de la Luz, nuestra patrona, por el 22 de marzo, Día Mundial del Agua. Por otro lado, en Barcelona, el día de Sant Jordi, Patrón de Inglaterra, Portugal, Aragón y Cataluña, entre otros pueblos, se ha celebrado tradicionalmente el Día del Libro.
Ya los romanos adoptaron los dioses griegos, y los cristianos los dioses romanos. El Panteón romano, una de las mejores construcciones de todos los tiempos, se ha adaptado a todos los Santos. Se entiende así que la cercana iglesia de Santa Maria Sopra Minerva, enfrente del Palazzo della Minerva, con el ágil elefante de Bernini y el obelisco egipcio, se construyera encima del Templo de Minerva.
Siguiendo pues una tradición que ya estaba presente en los antiguos romanos, las Naciones Unidas han dedicado, en esta nueva religión de los días mundiales, el 23 de abril al Día del Libro.
Sería para mí imposible relatar lo que muchos autores han escrito sobre el significado de la lectura. El espacio de libertad, de reflexión, de conocimiento y de vida que se gana con un buen libro está en la mente de todos. Pero sí debo manifestar que me han impresionado las palabras del Ministro de Finanzas francés, Bruno Le Maire, en su alocución del pasado 20 de enero, con ocasión de la “22ª Jornada anual dedicada a la literatura económica” en París, sobre aquello que hace sentir la lectura: ¨un placer inmenso que desarrolla nuestra imaginación, que nos permite abrirnos a mundos radicalmente nuevos en los que no habríamos entrado si no fuera por las palabras¨. Me ha impresionado, quizás, por la falta de costumbre de escuchar a un cargo político hablando sobre la necesidad de leer un libro.
Es por ello que hoy he creído importante hacerme eco, de nuevo, de los días mundiales porque, efectivamente, la lectura es conocimiento. No es solo un día, no es solo un momento, sino que es una actitud.
Muchos escritores – tales como Italo Calvino en ¨Por qué leer los clásicos¨, Stefan Zweig en ¨Encuentros con libros¨, Nuccio Ordine en ¨Clásicos para la vida¨, y tantos otros – nos han ilustrado sobre la emoción de compartir ideas, de tener aventuras y de pensar teniendo un libro en nuestras manos.
No tengo por costumbre recomendar ni aconsejar nada. Solamente quiero comentar que la lectura nos hace libres y que una de nuestras características básicas como trabajadoras y trabajadores del agua es el conocimiento. Talento y conocimiento son indisociables a la lectura, y os animo a ella con una actitud constante y permanente.
Terminaré citando a Italo Calvino, quien en el punto 11 de su libro ¨Por qué leer los clásicos¨, explica qué es un clásico y detalla perfectamente la relación personal y única entre nosotros y el libro: ¨Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él¨.