Pocas fiestas hay de ámbito global que se celebren por igual en todos los lugares del Mundo. Una de las comúnmente aceptadas es la del Primero de Mayo, la fiesta del trabajo. Incluso Franco, que arrasó con toda festividad (y no solo festividad) que no le conviniera, la mantuvo, aunque obviamente a su manera, con aquellas concentraciones sindicales de coros y danzas de infausto recuerdo.
Es hoy un difícil ejercicio hablar de celebración del día del trabajo en un momento como el actual con cifras de desempleo tan elevadas como las que tenemos, especialmente entre los jóvenes. Podríamos decir, de hecho, que lo que es motivo de fiesta es el trabajo en sí mismo, tener un empleo. Lo más dramático es que estos años de crisis parecen estar volviéndonos insensibles ante la cruda realidad del mundo laboral, como si nos estuviésemos acostumbrando a convivir con cifras de paro que ya nos resultan casi normales. Probablemente se ha olvidado lo que se conmemora y conviene recordar que hace casi ciento treinta años que se implanto la jornada laboral de ocho horas. Una conquista que en muchos lugares sigue siendo, sin embargo, una aspiración.
El trabajo tiene hoy un valor distinto al de antaño; al menos en el mundo desarrollado del que disfrutamos algunos. Han cambiado las condiciones de vida y se han modificado las reglas de juego. Perdura un sentido más tradicional, más clásico: la necesidad de obtener el sustento. Esa vieja necesidad cohabita ahora con un criterio más moderno y puntero, como es la posibilidad de integrar tu trabajo como una forma de vida, permitiendo el desarrollo personal, la iniciativa individual, el emprendimiento y la conciliación familiar. Los aspectos de la formación, la educación y la colaboración adquieren así una nueva y más decisiva dimensión. El rango laboral de las personas es mucho más amplio, desde las que tienen menos formación hasta las que disfrutan de condiciones de vida excelentes, pasando por aquellas que pueden elegir empresa o trabajo; incluso constituir sus propias empresas o startups. Hoy es más cierto que nunca el axioma de que somos lo que hacemos. Y también es más evidente el hecho de que la realidad de la vida laboral pasa por la formación, la educación y, al final, la cadena de conocimiento. En estas condiciones, nuestro objetivo como sociedad es conseguir que, cada vez más, las personas puedan escoger el tipo de trabajo con el que se sienten confortables de acuerdo a su estilo de vida. Podrá decirse que es un horizonte utópico, pero necesitamos plantearnos objetivos deseables en los que deben implicarse empresas, sindicatos y la sociedad en su conjunto. Éste debería ser nuestro compromiso social. Algo que arranca con una educación básica sólida, con igualdad de oportunidades en su acceso.
Mi mayor satisfacción, sería comprobar que los mejores, los más comprometidos, deseen trabajar en las empresas de nuestro Grupo. Constituir un Grupo con los mejores, es decir, aquellos que son honestos, trabajadores, con cultura de esfuerzo, con conocimientos generales y particulares, capaces de trabajar en equipo, dispuestos a cooperar y a ejercer liderazgo, con voluntad de emprender y de innovar, con inteligencia y sensibilidad social. En fin, me gustaría que fueran estos los que nos escogieran para trabajar con nosotros. Lo intentamos hacer cada día, manteniendo además el compromiso con nuestros stakeholders, siendo los trabajadores uno de los fundamentales. Solo podemos avanzar por esta vía si queremos constituir una gran empresa que reúna la mejor gente trabajando junta, que sienta pasión por el agua. Así, cada día celebraremos en nuestras vidas el trabajo que cotidianamente desarrollamos.