Agua, alimentación y energía representan los tres vértices de un triángulo indisociable para la vida y el desarrollo humano en el que fluyen las sinergias pero en el que también aumentan cada vez más las tensiones. No hay alimentación sin agua, no hay agua sin energía, no hay energía sin agua y así en un sinfín de interrelaciones entre estos elementos, la gestión eficiente de los cuales tendrá un papel determinante en la agenda internacional de desarrollo sostenible hasta 2030.
Para ser más concreto en cómo cada uno de estos sectores tiene un impacto capital en los otros dos, expongo a continuación algunos datos y observaciones al respecto. Por una parte, actualmente la industria agroalimentaria consume alrededor del 70% de las extracciones de agua dulce. En cuanto a su relación con la energía, cabe apuntar que la producción de víveres supone el 30% del consumo energético global.
Por otra parte, el agua es un recurso clave en la producción de energía, el 15% de las extracciones de agua se emplean para este fin. Se necesita agua tanto para obtener energías renovables, como para producir energías no renovables. De forma inversa, sin energía sería imposible el acceso al agua. Desde la captación hidráulica, pasando por los procesos de potabilización, distribución y transporte al lugar de consumo, hasta llegar al tratamiento de aguas residuales, las operaciones del ciclo del agua suponen un alto coste energético, por ejemplo, entre los 2,5 a 3,5 kWh/m3 que consumen las desaladoras.
Creo que se evidencia, por tanto, la gran interdependencia entre los tres vértices del triángulo y, especialmente, el papel determinante del agua en éste. En cuanto a la relación agua – energía, aunque la mayor parte de la energía en España es aún de origen no renovable en un 57,2%, la producción de energía renovable llegó en 2014 a su máximo histórico representando el 42,8% del total. Dentro de esta cifra, el 20,4% procede de fuentes eólicas, el 14,6% de centrales hidráulicas y el 10,4% de cogeneración. La energía hidráulica es la más limpia de las renovables, por ello hay que impulsar su uso, así como limitar el impacto medioambiental de procesos de obtención de energía donde se utiliza el agua como el fracking.
Por lo que respecta a la necesidad de energía para llevar a cabo el ciclo integral del agua, se debe adoptar un compromiso firme para que el balance consumo-producción energética sea cero. Durante la depuración y tratamiento de agua se consume energía pero, al mismo tiempo, tenemos la capacidad de producirla, por este motivo es necesario encontrar el equilibrio del autoabastecimiento. La red puede ser fuente energética mediante picoturbinas y microturbinas, por este motivo es necesario encontrar el equilibrio del autoabastecimiento.
Por último, el agua es imprescindible en la producción de alimentos, lo que conocemos bajo el concepto de huella hídrica, es decir, el volumen de agua necesaria para producir los bienes y servicios consumidos por los habitantes de un país. En España, la huella hídrica es de 2.325 metros cúbicos por año per cápita, somos unos de los países con la huella hídrica más elevada debido a que gran parte de nuestro territorio se destina a la agricultura, sector que consume el 70% del agua dulce, como decía en el segundo párrafo de este texto. Debemos trabajar para reducir la huella hídrica desde la cooperación entre las administraciones, las empresas y la ciudadanía.
Además de la huella hídrica, hay otros aspectos a tener muy en cuenta a la hora de construir una agricultura sostenible. En este ámbito cobran especial importancia el uso de fertilizantes, pesticidas y de los diferentes tipos de abono, así como el mix de producción agrícola según el año, factores que condicionan el estado de los acuíferos y la riqueza del suelo.
Como hemos visto, la interrelación entre los lados del triángulo provoca conflictos cuando en la producción de agua, alimentos o energía se compite por los mismos recursos naturales. En muchas ocasiones, la expansión de uno de los tres elementos afecta al crecimiento o la sostenibilidad de los otros dos. Es más, esta ha sido la tónica de los últimos decenios, se ha tendido a diseñar políticas destinadas a la mejora de sólo uno de los tres sectores, por los que los demás se han resentido.
En mi opinión, es momento de enfocar la toma de decisiones sobre el triángulo agua – alimentación – energía desde una perspectiva que incluya la gestión conjunta de los tres sectores. Este será un importante desafío para los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible en los próximos años, especialmente en cuanto a los objetivos número 2, hambre cero; número 6, agua limpia y saneamiento; número 7, energía asequible y no contaminante; y número 12, producción y consumo responsables. En este sentido, el triángulo es esencial para el bienestar humano y, según las previsiones, la demanda de agua, energía y alimentos va a aumentar muy significativamente en los próximos años.
El incremento en la demanda estará ligado al crecimiento de la población, seremos 8.300 millones de personas en 2030, así como también a la urbanización, en el mismo año se calcula que el 60% de la población mundial vivirá en ciudades, y a otros factores como la movilidad, el comercio internacional o los cambios culturales y tecnológicos. Como resultado, se estima que, para el año 2030, será necesario un 30% más de agua, un 50% más de alimentos y un 45% más de energía a escala global.
Sin embargo, aunque la demanda aumente, es difícil que la oferta lo haga, ya que, en muchas ocasiones, los recursos están al límite de la sostenibilidad económica, social y ambiental. Por un lado, los retos del agua en la agenda post 2015 residen en aumentar la regeneración y la reutilización de este recurso en zonas urbanas en cuanto a cantidad y calidad y mejorar la eficiencia en el sector agrícola e industrial. Por otro lado, la alimentación deberá reducir la emisión de gases de efecto invernadero y el desafío en energía reside en expandir el uso de fuentes renovables y biocombustibles.
Así las cosas, queda patente la necesidad de un cambio en el modelo actual de gestión del triángulo agua – alimentación – energía hacia una gobernanza intersectorial que asegurare su viabilidad. El conocimiento, la innovación y la tecnología serán cruciales para el fin de obtener el equilibrio necesario entre recursos y demanda, pero sobre todo, será indispensable la gobernanza. En este sentido, el avance en la gestión del agua sólo se producirá si existe una gobernanza basada en reglas de alcance global que se desglosen y se desarrollen de manera local en cada una de las circunstancias.
Sólo una visión de conjunto que impulse actuaciones coordinadas nos permitirá garantizar la seguridad alimentaria y la disponibilidad de agua y energía de forma sostenible para todos los que habitamos el Planeta hoy y para los que lo harán mañana.