Este artículo corresponde a las palabras pronunciadas por Miquel Molina, director adjunto de ‘La Vanguardia’, durante el acto de entrega de la ‘Clau de Barcelona’, otorgada por el ‘Club d’Amics Clau de Barcelona’ el pasado 8 de febrero de 2018.
El día que me invitaron a pronunciar una glosa sobre la persona de Ángel Simón tuve la curiosidad de comprobar qué entendemos exactamente por glosa. Los resultados variaban según el diccionario que consultaba, pero predominaban las acepciones de tipo negativo: «Explicación o comentario de un texto oscuro o difícil de entender», leí en una antigua edición del Espasa. «Una explicación malévola o suspicaz de una cosa», decía una de las entradas del María Moliner.
Como no tenía ninguna intención de venir aquí a amargarle la fiesta a nuestro homenajeado, seguí buscando y encontré, en un viejo manual de lingüística, una definición mucho más adecuada para el acto que nos reúne aquí. La definición es la siguiente: «Glosa es una nota escrita en los márgenes o entre las líneas de un libro en la cual se explica el significado de un texto».
Naturalmente, recordé las Glosas Emilianenses que había estudiado en bachillerato; eran aquellas anotaciones en los extremos del papel que ayudaban a entender un códice en latín. Estaban escritas en varias lenguas y se las considera el primer texto en lengua castellana. Y sí, decidí que mi intervención sería aquí una anotación escrita con letra pequeña en los márgenes, en los márgenes del discurso que pronunciará a continuación Ángel Simón. Seguro que a Ángel, lector apasionado y bibliófilo, le parecerá adecuada esta figura de la escritura en los márgenes. Es una manera de poder decir, como una nota a pie de página, lo que él, por pudor, no diría nunca de su trayectoria, pero que los presentes aquí sí tienen derecho a escuchar.
Así, con letra pequeña y como complemento del texto principal, diré que entendí la naturaleza de la relación entre Ángel Simón y su ciudad un día que tomé un café con él en la octava planta de la sede de la Ciutat de l’Aigua, en la Zona Franca, donde desde hace más de tres años tiene su despacho como presidente de Aigües de Barcelona.
Desde allí, mirando hacia el mar, se puede ver la sede del Área Metropolitana de Barcelona, donde Ángel Simón trabajó entre los años 1989 y 1995 como gerente. Fueron solo seis años, pero en pocos periodos de su historia contemporánea ha vivido Barcelona unos años más extraordinarios que aquellos. Desde su cargo, Angel Simón participó activamente de aquella ilusión colectiva que fueron los Juegos Olímpicos de Barcelona. Sobre este concepto, el de la ilusión colectiva, volveremos a hablar en otro momento de esta glosa.
Ángel, nacido en Manresa, había llegado a Barcelona a principios de los años 60 y había iniciado un itinerario que le había llevado desde el barrio de Sant Andreu de su niñez hasta Pedralbes, donde se encontraba la facultad de Ingeniería de Caminos, Canales y Puertos de la UPC. Todo esto, pasando por una Ciutat Vella y por una Rambla en plena ebullición por el cambio de régimen y el estallido de las libertades, que conoció a partir de sus incursiones en la Biblioteca de Sant Pau-Santa Creu, en la calle del Hospital.
Decíamos que durante el periodo preolímpico y olímpico, Ángel Simón, al igual que otras personas que están presentes en esta sala, participó de aquella ilusión colectiva que dio impulso a una Barcelona que quería dejar de ser aquella ciudad gris de su infancia, la infancia de muchos de los que estamos hoy aquí. Una Barcelona que supo reinventarse a base de derribar murallas para crecer y ver mundo, al igual que lo había hecho un siglo atrás, con ocasión de la Exposición de 1888. En este caso, sin embargo, no se trataba de murallas romanas o medievales, sino ferroviarias, urbanísticas y, sobre todo, mentales.
A menudo se critica la utilización del término «cosmopolita». A algunos no les gusta porque lo vinculan a la parte negativa que conlleva la globalización. Otros lo rechazan por considerarlo una negación del derecho a identificarse con ámbitos locales o nacionales. Pues bien, volveremos al diccionario y buscaremos sinónimos para definir lo que barceloneses y barcelonesas como Ángel Simón (algunos desde cargos importantes y otros como voluntarios a pie de calle) lograron con aquella Barcelona de los ochenta y los noventa. Si no queremos utilizar el término «cosmopolita» porque creemos que no procede, diremos que aquellos barceloneses convirtieron una ciudad cerrada en sí misma en una metrópoli universal. Quedémonos con la idea de esta Barcelona universal.
En 1995, cuando la ciudad comenzaba a recibir los frutos de aquella inversión de talento y de ilusión en torno a los Juegos Olímpicos, Ángel Simón se integró en Agbar y alcanzó responsabilidades que le llevaron a Portugal y a Chile, un periplo que sin lugar a dudas le sirvió para ver Barcelona desde otra dimensión.
Ya de vuelta en su ciudad como director general de Agbar, con Ricard Fornesa en la presidencia, Ángel Simón participó en la apuesta de su empresa por dotarse de una nueva sede icónica y, además, contribuir a que Barcelona ganara un nuevo eje de centralidad. La Torre Agbar, ahora Torre Glòries, no solo redibuja el perfil urbano de la ciudad y permite que esta gane un nuevo atractivo turístico (tiene más de 70.000 entradas en Instagram), sino que se convertirá en el acceso simbólico a la nueva Barcelona del conocimiento. A partir de la torre se estructura un nuevo polo de creatividad que concentra desde grandes empresas hasta todo tipo de start-up y proyectos alternativos (muchos vinculados a la cultura) y que es la prueba de que existe una Barcelona cosmopolita (perdón, universal) y dinámica con la que se debe seguir contando.
Para terminar, quisiera volver a la escena que os comentaba antes, en la octava planta de la Ciutat de l’Aigua. Desde la nueva sede de Agbar en el paseo de la Zona Franca, mirando hacia el sur, se contempla la que es sin duda un área de crecimiento potencial de Barcelona. En este sentido, la decisión de la empresa a la hora de ubicar su centro de operaciones, con Ángel Simón ya en la presidencia, vuelve a ser un reto que Agbar lanza a la ciudad: nos señala un nuevo horizonte de desarrollo de iniciativas creativas.
Pero desde aquella ventana, además de las empresas de la Zona Franca, son también muy visibles las torres de la plaza de Europa de L’Hospitalet, todo un símbolo de este concepto de Barcelona extensa y poderosa. Las torres no están demasiado lejos del edificio donde él adquirió esta vocación metropolitana.
Porque Ángel Simón, que como consecuencia de sus responsabilidades es muy consciente de que nuestra ciudad está compitiendo con capitales que sí han podido dotarse de gobiernos metropolitanos con plenos poderes, es un convencido partidario de pensar Barcelona en términos de metrópoli. El think big supone, en su caso (me atrevería de decir que en el de la mayoría de nosotros), pensar no en la Barcelona limitada a su estricto término municipal, sino en una ciudad de 3,2 millones de habitantes que integre todas las fortalezas y capacidades de unos municipios que están representados hoy aquí por muchos de sus alcaldes.
Hoy, muchos estaremos probablemente de acuerdo en que para salir del laberinto en que se encuentra Barcelona después de este 2017 tan convulso será necesario renovar alianzas y concentrar esfuerzos para recuperar aquella ilusión colectiva de la que hablábamos al empezar. Renovar y establecer nuevas alianzas entre la iniciativa pública y la privada, entre la economía más clásica y la economía más informal, entre todos los que aman Barcelona y quieren preservarla al margen de cuál sea su posicionamiento en el debate Cataluña-España, pero también renovar y fortalecer la alianza entre la capital y las ciudades que la abrazan.
Ángel Simón, que tiene un blog personal llevado muy al día donde también hace reflexiones culturales, escribía recientemente en un artículo sobre la exposición «Zone of Hope», promovida por Aigües de Barcelona y que se puede visitar en el Reial Centre Artístic. En su blog, Simón decía que hay que anticiparse a la cruda realidad que podrían vivir las próximas generaciones si no actuamos. Se refería, concretamente, a los efectos del cambio climático. Pero yo quisiera tomar prestada esa misma frase y, de manera tramposa, llevarla hacia el actual debate sobre el estado de la ciudad. En este sentido, por lo que conozco de su trayectoria y por lo que he podido averiguar cuando he tenido el placer de conversar con él, estoy seguro de que nuestro homenajeado aceptará que cierre esta presentación, esta glosa, diciendo que él, Ángel Simón, es uno de esos barceloneses que de verdad están capacitados para anticiparse a la realidad y para contribuir a dejar a las próximas generaciones una ciudad (cosmopolita y metropolitana) mejor que la que ahora nos espera a la salida de este acto.
Por todo esto, es para mí un honor participar en este acto de entrega de la ‘Clau de Barcelona’ a Ángel Simón.