Consejero delegado de CriteriaCaixa ·

Este texto, se corresponde con la conferencia de clausura de Ángel Simón en el acto «El papel del ingeniero en la sociedad del siglo XXI», celebrada en la Real Academia de Ingeniería dentro del marco del Coloquio «Doce Ingenieros que cambiaron España», el 2 de octubre de 2020.

Si algo tenemos los ingenieros es que siempre nos ha gustado participar en la transformación de la sociedad y trabajamos día a día para mejorarla. Un ingeniero, según la definición de la Real Academia Española (RAE), que a mí siempre me ha explicado muchísimas cosas, es «una persona con titulación universitaria». Una segunda acepción nos acerca mucho más a la realidad: «Persona que discurre con ingenio». Si buscamos el significado de ingenio, vamos acotando aún más el terreno, «facultad del ser humano para discurrir o inventar con prontitud y facilidad». Es aquí por tanto que obtenemos ya una buena definición y que durante mucho tiempo nos ha acompañado, y con la que yo también me he sentido identificado durante mucho tiempo.

Pero la ingeniería tiene adjetivos que acotan más su campo de acción. Si tecleamos en el buscador de Google la palabra ingeniero, enseguida nos aparecen diferentes calificativos: industrial, agrónomo, civil, técnico, etcétera. En mi caso me acompaña el de Caminos, Canales y Puertos. Y fue precisamente en la Escuela de Caminos, en el año 1977, en una conferencia de Juan Benet, que en aquella época era una de nuestras referencias, cuando se quedó grabada en mi memoria una de sus reflexiones que me ha acompañado y me ayudó en la toma de decisiones de mi historia profesional. Benet nos dijo: «Cuando terminen la carrera y empiecen a trabajar en obras y proyectos, lo que les va a pasar es que se van a aburrir muchísimo, y el tiempo que les sobre lo van a tener que dedicar a algo en lo que puedan aplicar su ingenio». Benet nos puso sobre la mesa varias alternativas, «se pueden dedicar a la política, al deporte, a la literatura -como yo-, o a la empresa». Efectivamente, los ingenieros necesitamos un sitio donde aplicar ese ingenio, y yo me decanté después de un tiempo dedicado a la profesión y de aburrirme, por la empresa.

Pero ¿qué es un empresario? Volvemos a la RAE que nos dice que es una «persona que por concesión o por contrata ejecuta una obra o explota un servicio público». Y efectivamente, yo, como ingeniero de caminos, me siento absolutamente representado por esta definición. Pero hay más, también contempla la de «titular, propietario o directivo de una industria, negocio o empresa». Lo que nos lleva a la siguiente pregunta. ¿Y qué es una empresa? Otra vez la RAE nos aporta luz: «Acción o tarea que entraña dificultad y cuya ejecución requiere decisión y esfuerzo». Y en efecto, de nuevo me siento muy identificado con todo este tipo de definiciones.

Hoy existe una nueva generación de ingenieros empresarios, que serán los que estudien los eruditos del futuro, otro tipo de ingenieros totalmente distintos a los que conocemos o estudiamos hoy. Si hacemos una pirámide de la ingeniería a imagen y semejanza de lo que es la Pirámide de Maslow, vemos que la ingeniería empieza en el hard, la construcción de infraestructuras, de gestión convencional (base); luego pasamos a la organización y la gestión; en la siguiente escala está la conectividad; por encima encontramos la red social, cómo se interconecta y como interactúan con ellas; y en el último escalafón de la pirámide (cima), encontramos el conocimiento, la cultura y el entretenimiento.

De estos nuevos ingenieros que forman parte de esta pirámide, que no solo han dibujado el presente en el que estamos, sino que también diseñarán el futuro, solo alguno tiene la carrera de ingeniería, me refiero fundamentalmente a Jeff Bezos, Larry Page y Elon Musk. Otros, que forman parte también de esta nueva escuela de empresarios, no son ingenieros de carrera, pero tienen una formación sólida y no solamente en tecnología. Hablamos de Bill Gates, Marck Zuckerberg, Steve Jobs, Jack Ma, Brian Chesky, Reed Hastings, Jack Dorsey o Travis Kalanik.

Hay unos nuevos ingenieros que están en la cúspide y, además -eso probablemente no pasaba antes-, todos ellos son multimillonarios gracias a la fortuna que han podido generar en sus empresas. Todos son mundialmente conocidos por sus éxitos empresariales indiscutibles. La facturación que tienen algunas de sus marcas equivale al PIB de algunos de países como Finlandia, Kuwait o Eslovaquia. Y si nos vamos al número de usuarios, al número de clientes, tienen una interacción muchísimo mayor que la población de muchísimos países.

Todos estos nuevos ingenieros tienen muchas cosas en común con el ingeniero tradicional, como por ejemplo el ingenio. También son multifacéticos, una virtud que nos acompaña desde el Renacimiento, porque no solo nos dedicamos a nuestras tareas, tenemos sensibilidad social y un interés manifiesto por cambiar el mundo.

Creo que hay una cualidad en ellos diferente, que los hace únicos, y es que todos son grandes visionarios, lo demostraron casi desde niños, con una inquietud innata y diferente a la de los demás. Y una característica que probablemente antes no se daba, y es que cuando llegan al éxito, se diversifican e invierten en otros sectores.

Eso sí, se trata de áreas de negocio que tienen una cosa en común, y es que son sectores muy específicos como la energía, la movilidad, la conquista del espacio, la salud y la inteligencia artificial.

Así que podemos concluir que el ingeniero del Siglo XXI es un ingeniero distinto, que busca encontrar respuestas en un entorno muy complejo que las escuelas de negocios han definido con las siglas VUCA (volatility, uncertainty, complexity y ambiguity), es decir volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad, que empuja a las empresas tradicionales hacia una evolución que les encamina desde la denominada ingeniería hard a la ingeniería soft.

Nos movemos pues de lo que tradicionalmente era una racionalidad ingenieril y financiera hacia una racionalidad que tiene que incluir lo social y lo medioambiental; de una planificación estratégica a una adaptación continua de esa estrategia por las incertidumbres que tenemos alrededor -y no hace falta comentar la actualidad que vivimos-; de lo que siempre habíamos definido como un time to market a lo que hoy sería el time to test, es decir, actuar en el mercado directamente. De lo que eran productos de configuración universal donde todo el mundo escogía lo mismo, se ha pasado a productos de configuración personal, individual. De un producto que se basaba en su utilidad (por ejemplo, las carreteras sirven para ir de un sitio a otro), se ha pasado a otro que se basa en vivir una experiencia, no tiene que ser útil, ya no vale un marketing basado en la función, se busca la emoción. Todos estos modelos están cambiando en esta evolución empresarial, incluso el trabajo presencial, personal, de relaciones, ha mutado hacia lo que denominamos low touch economy, lo virtual.

Esta es la evolución empresarial y social que vivimos, que experimentamos hoy, y que exige una evolución del ingeniero empresario para adaptarse a ese nuevo modelo. Ese ingeniero, que siempre tenía una visión de planificación, de pensamiento analítico y de lógica, va a tener que incorporar de una manera absolutamente imprescindible la emoción. La creatividad siempre la tenía incorporada, pero tiene que ser una creatividad disruptiva con lo que es la tradición. De una especialización técnica a una convergencia entre el humanismo, el emprendimiento y la tecnología, no va a haber tecnología sin humanismo. Y la formación ya es más continua que nunca, pasamos de una experiencia local a una internacional, se acabó pensar que podemos formarnos en un lugar y trabajar siempre en el mismo sitio. Ahora ese sitio es el planeta, de un monolingüe o bilingüe, a un multilingüe; de una estabilidad y arraigo territorial a una deslocalización; y de un enfoque técnico económico, a uno medioambiental y social. No hay visión micro sin una visión macro.

Esta es la evolución que se exige a ese ingeniero del Siglo XXI, en la línea de un nuevo modelo empresarial, con un modelo de negocio participativo, digitalizado, ágil en la toma de decisiones y colaborativo.

Una empresa como Agbar, que siempre ha defendido la colaboración público-privada, entiende que este tiene que ser el nuevo modelo de futuro. No habrá reconstrucción positiva, económica, verde en los próximos tiempos, con los Fondos Europeos que tenemos atribuidos en este país, si no se lleva a cabo mediante el partenariado público-privado. Eso ya está ahí. Pero, además, ese modelo colaborativo se va a extender también a otras empresas distintas, trabajando en un mismo proyecto. Hace ya mucho tiempo que se trabaja desde distintos ángulos, desde distintas profesiones, pero también con la aportación de los stakeholders. Y ya no hay modelo de negocio en el que la empresa no responda a cada uno de los stakeholders.

Los clientes también son distintos, ahora lo que quieren son experiencias, y los clientes también forman parte del modelo de negocio. El cliente también participa en la empresa. Ya no hay empleados, sino colaboradores, junto a los cuales sienten motivación. Saben que se capacitan y que tienen el reconocimiento tanto económico y salarial como intelectual en la empresa en la que trabajan. Y la tecnología va a ser digital: el big data, la inteligencia artificial y, por lo tanto, la low touch economy obligada en todo negocio.

El modelo social, acompañando al modelo empresarial, también va a experimentar un cambio radical. La precariedad ocupacional ya no va a ser admitida, es necesario percibir una remuneración adecuada y personalizada y, por lo tanto, las empresas van a tener que jugar en este campo. Van a ser necesarios una sensibilidad y un compromiso social de cada una de las empresas en el territorio en el que estén. La transparencia es de obligado cumplimiento. El diálogo con todas las sensibilidades también lo es, y hay que medir, reducir y comunicar el impacto de las actividades. Así pues, ese modelo empresarial y ese modelo social van de la mano, no existe uno sin el otro.

Y para poder dar cumplimiento a este modelo empresarial y a este modelo social, obviamente buscamos a esos ingenieros y a esas ingenieras, que deben tener un perfil en tres ámbitos: personal, profesional y empresarial. El personal no ha cambiado mucho en algunos aspectos: siempre la inquietud creativa, la cultura de amplio espectro… Pero sí ha cambiado la empatía social. Los ingenieros no nos hemos distinguido precisamente por tener empatía social. Esto debe cambiar. El perfil internacional, básicamente, va a ser obligado… Ambición. Hay que tener ambición. Ambición sana, pero ambición, al fin y al cabo, porque sin ella no hacemos nada. Y una palabra que los ingenieros sí conocemos por nuestra formación: resiliencia, un concepto técnico, la capacidad de los materiales para volver a recuperar su estado inicial cuando se rompe su estructura básica y cuando se los deja de cargar. Ahora este concepto, que era un concepto de estructuras, de cálculo de estructuras, ha pasado a ser un concepto empresarial que hay que aplicarlo a la sociedad y, por lo tanto, al ingeniero.

El perfil profesional siempre ha sido el mismo, pero hay que cambiar una cosa. La sólida formación en STEAM. Es decir, a las letras de science, technology, engineering y mathematics hay que sumar la A, de art. La formación profesional también va a tener que incluir el arte, la estética y el conocimiento tradicional de cómo se han realizado las cosas.

Y el perfil empresarial no ha cambiado nada, hay que tener liderazgo, hay que ser proactivo, poseer una sana ambición, tener empatía social, estar conectados. Estos son los ingenieros que buscamos, pero hay que añadirle el adjetivo, que es el de empresario. A ese ingeniero con ese perfil hay que añadirle los ejes principales que debe tener el empresariado y que están relacionados con ese marco social en el que nos movemos: solidaridad, la ocupación de calidad y la reconstrucción verde, con un compromiso claro con la transparencia y de acción social.

Me gustaría terminar volviendo al principio, es decir, a la RAE. Nos proyectamos hacia el siglo XXI y creo que la Academia podría incluir una nueva definición de ingeniero o ingeniera, empresario o empresaria. Y debería decir, o a mí me gustaría que dijera -así me identifico y es lo que intento hacer cada día en Agbar -: «Empresario de ingenio»; de ingenio, «facultad del ser humano para discurrir o inventar con prontitud y facilidad», y de empresa, «acción o tarea que entraña dificultad y cuya ejecución requiere decisión y esfuerzo».

Por lo tanto, debería decir «persona propietaria o directiva de una industria, negocio o empresa que discurre con ingenio y sólido conocimiento técnico el modo de conseguir algo que requiere decisión y esfuerzo para mejorar la calidad de vida de la comunidad y lo ejecuta con sensibilidad económica, social y ambiental, con eficiencia y con agilidad, en estrecha colaboración con todos los estamentos implicados y con la calidad de vida de las personas como objetivo primordial».

 

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