El desarrollo sostenible se erige, por derecho propio, en el paradigma que definirá la nueva era de la humanidad. Lo es tanto en referencia a nuestro modelo productivo, como a la estructura de nuestras sociedades y a la configuración de nuestras ciudades, cuyo acelerado crecimiento en todo el planeta supone uno de los principales riesgos para la sostenibilidad de nuestros recursos naturales.
Tres de los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible, fijados por Naciones Unidas para 2030, están estrechamente relacionados con el uso y disfrute del agua: garantizar su disponibilidad y gestión sostenible; conservar los océanos y recursos marinos; y asegurar el acceso a energías sostenibles.Por estas y otras múltiples razones,el desarrollo sostenible es, y debe ser, nuestra nueva brújula. De él emana la nueva hoja de ruta, en la que el agua está llamada a jugar un papel central, ya que gestionada de manera eficiente y equitativa, puede desempeñar un papel «facilitador», clave en el fortalecimiento de los sistemas sociales, económicos y ambientales.
Sabemos que el agua resulta vital a la hora de reducir la carga mundial de enfermedades y de mejorar la salud, el bienestar y el desarrollo de los países y de sus ciudadanos; por eso, todos debemos sentirnos comprometidos en el esfuerzo común de mejorar el abastecimiento, reducir el número de personas con escasez de agua y optimizar la eficiencia en su uso. Nuestro compromiso debe ser – y en nuestro caso lo es – firme, conscientes como somos, de que el agua es un elemento transversal y de que, de su correcta gestión depende, en buena medida, el logro de losnuevos objetivos del desarrollo sostenible.
Pero es que además el agua está también en el corazón de la adaptación al cambio climático, ya que constituye un vínculo central entre las personas y el medio ambiente. Los efectos del cambio climático sobre los recursos de agua dulce en laTierra tienen un impacto directo sobre la disponibilidad de agua de buena calidad para el consumo humano. Actualmente, al menos la mitad de la población mundial depende del agua subterránea para un consumo seguro. A partir de la actual previsión de crecimiento urbano, se espera que hacia 2050 la demanda haya aumentado un 55%, lo que significa que la gestión del agua será una cuestión estratégica en todas las agendas.
Por todo ello, y si queremos realmente que el desarrollo sostenible sea una realidad así como la llave del cambio, hay que poner un doble foco – en una misma mirada – en las necesidades presentes y futuras. Por un lado, debemos actuar con osadía y determinación para dar máxima prioridad a cubrir las necesidades de las persona más pobres del mundo. Pobreza extrema y desarrollo sostenible, son incompatibles. Y, en segundo término, debemos fijar criterios para que el crecimiento no siga erosionando el medio ambiente, cuya defensa ha pasado a convertirse en una cuestión global. Ahí está para demostrarlo, la COP 21.
No sólo el sector público y la sociedad en su conjunto tienen que ser globalmente responsables, también la comunidad empresarial,incorporando plenamente un nuevo círculo virtuoso basado en la economía verde y la reutilización de los residuos. La cooperación y la transferencia de conocimiento son las mejores vías para avanzar en la buena dirección, en la del desarrollo sostenido y sostenible.
Artículo publicado en el blog de Fundación Aquae