Alrededor de 3 de cada 10 personas (2.100 millones de personas) carecen de acceso a agua potable y disponible en el hogar, y 6 de cada 10 (4.500 millones), carecen de un saneamiento seguro en todo el mundo. Los datos provienen del informe elaborado por la OMS y Unicef titulado Progresos en materia de agua potable, saneamiento e higiene: informe de actualización de 2017 y evaluación de los ODS, que presenta la primera evaluación mundial de los servicios de agua potable y saneamiento gestionados de forma segura.
Los datos no dejan lugar a dudas que aún queda mucho camino por recorrer tanto en el ámbito del acceso al agua potable como en el acceso a un saneamiento seguro y universal. Cierto es que en el periodo comprendido de 2000 a 2015 la situación ha mejorado: la proporción de la población mundial que utilizó, al menos, un servicio de saneamiento básico aumentó en nueve puntos (del 59% al 68%).
Una de las grandes cuestiones a resolver es la defecación al aire libre. Una situación que afecta a 892 millones de personas. El 90% vive en zonas rurales y la mayoría se concentra en solo dos regiones: 558 millones en Asia Central y Asia Meridional y 220 millones en África Subsahariana. Aunque la cifra disminuyó en 300 millones de personas en el periodo analizado, aún estamos muy lejos de la desaparición de esta práctica.
En el Día Mundial del Saneamiento, Naciones Unidas nos recuerda que «Cuando oyes la llamada de la naturaleza, necesitas un retrete». Su ausencia significa que los excrementos humanos, a gran escala, no se recogen ni se tratan, lo que provoca la contaminación del suelo y las aguas, que son el sustento de la vida humana. No debemos olvidar que el 80% de las aguas residuales generadas por la población mundial regresan al medio ambiente sin ser tratadas o reutilizadas.
Para revertir esta situación, que nos aleja de las metas establecidas en el ODS 6: Garantizar la disponibilidad de agua y su gestión sostenible y el saneamiento para todos, necesitamos de una respuesta común en varios ámbitos.
Se requiere de soluciones innovadoras basadas en la propia naturaleza y en la aplicación de la tecnología. En este sentido cabe destacar la importancia del tratamiento de aguas residuales bajo el paradigma de la economía circular que proporcionan recursos valiosos (agua, nutrientes y energía) y oportunidades económicas.
El saneamiento urbano se empezó a implantar extensivamente en las ciudades en el siglo XIX con una función higienista (de protección de la salud pública frente a enfermedades y epidemias), dando paso a un enfoque hidráulico en el pasado siglo XX (de protección de las personas y sus bienes frente a las inundaciones). La nueva situación obliga a una revolución en las entrañas de las ciudades. El sistema de drenaje urbano, que hasta ahora era prácticamente sinónimo de alcantarillado, no puede limitarse a la recogida y transporte de aguas residuales y pluviales. El nuevo desafío ante el cambio climático es lograr que las ciudades evacuen un flujo cada vez mayor con el mínimo impacto ecológico. Este cambio de paradigma pasa por un planteamiento global que suponga la integración del alcantarillado con las depuradoras, con la finalidad de restituir las aguas captadas al medio natural en las mejores condiciones posibles, teniendo en cuenta que el agua de lluvia no está limpia, especialmente en las grandes urbes, debido al arrastre de la contaminación atmosférica y la depositada en la superficie urbana (principalmente procedente del tráfico rodado y las industrias).
Para avanzar en los desafíos que tenemos planteados es necesaria la colaboración público-privada. Sin el trabajo conjunto de todas las partes interesadas no podríamos alcanzar los objetivos marcados. Así lo remarca de nuevo Naciones Unidas en el último informe en el que analiza el estado del ODS6: «Las alianzas de las partes interesadas pueden generar nuevas posibilidades. La cooperación es imprescindible si se procura compartir y adaptar nuevas soluciones, y acceder a ellas. El ODS número 6 establece la plataforma ideal para que las alianzas de las partes interesadas velen por lograr avances más eficaces y eficientes en la reducción de la pobreza y el desarrollo sostenible».
Tenemos varios ejemplos que dan cuenta de ello. Es el caso de Cartagena de Indias, en Colombia, donde el proyecto ‘Agua y Salud’, realizado de forma conjunta entre la cooperación española, el ayuntamiento de la ciudad y Acuacar (Aguas de Cartagena), la práctica totalidad de los barrios cartageneros cuenta con acceso a agua potable y saneamiento gracias a la ampliación de la planta potabilizadora El Bosque que se está ejecutando en estos momentos.
Otro ejemplo lo encontramos en Santiago de Chile donde hoy, el agua potable y el saneamiento llegan al 100% de la ciudad. El objetivo ahora está en conseguir cero residuos, cero contaminación y autosuficiencia energética, aportando, además, valor positivo social y medioambiental a través de la transformación de la tradicional planta potabilizadora en una biofactoría. Una iniciativa que ha recibido el premio Momentum for Change, otorgado por la ONU.
Claros los objetivos, si queremos que en 2030 estos sean una realidad – al menos hacer desaparecer la vergonzante cifra de defecación al aire libre- debemos aportar soluciones innovadoras basadas en la naturaleza y en la tecnología, aplicar el conocimiento bajo la premisa de la economía circular y, sobre todo, cooperar. Solo de esta manera seremos capaces de avanzar. Tenemos las herramientas, no perdamos la oportunidad de mejorar la vida de millones de personas.