Ya podemos hacer un balance certero del grado de cumplimiento de los Objetivos del Milenio planteados para 2015 por las Naciones Unidas. 7 de cada 8 personas tienen acceso a agua potable, y 5 de cada 8 tienen un saneamiento mejorado (el objetivo señalado era de 6 de cada 8). Aunque se ha podido avanzar, todavía hay 1.000 millones de personas en el mundo sin acceso a agua potable y 2.500 millones carecen de saneamiento.
Este año, también el último del Decenio del Agua (2005-2015), relacionamos agua y desarrollo sostenible, dos conceptos que van indisolublemente ligados. Me gustaría hacer un recordatorio de la génesis del origen de desarrollo sostenible que hizo Gro Harlem Brundtland, política noruega y enviada especial de las Naciones Unidas para el cambio climático, en 1987: «el desarrollo sostenible es aquél que satisface las necesidades de la generación actual sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer sus necesidades». Es decir, gestionar ahora los recursos sin hipotecar el futuro o producir efectos negativos, tanto en el punto de vista medioambiental, como político o social.
Aunque en sus orígenes el desarrollo sostenible tenía sentido por sí mismo, con los años el concepto, al igual que nuestro conocimiento, ha evolucionado y ahora entendemos de forma conjunta e integral desarrollo sostenible y la economía circular. En relación a este tema encontramos varias fuentes de referencia como los conocidos informes de la Fundación Ellen MacArthur, su listado de las 100 empresas más innovadoras o el libro Cradle to Cradle de William McDonough y Michael Braungart. MacArthur define la economía circular como: «una economía industrial con nuevas intenciones con el objetivo de depender de las energías renovables, minimizar o eliminar el uso de químicos tóxicos y erradicar los residuos a través de un nuevo diseño».
Relacionar desarrollo sostenible y economía circular permite cerrar el círculo de forma completa: el producto de un proceso productivo es el subproducto de otro que empieza consiguiendo así residuo 0. Y tenemos la misma aspiración en relación a la energía: acelerar el proceso de la autosuficiencia energética. En este proceso debe mencionarse la economía verde, entendiendo ésta como el proceso de reconfiguración de las actividades comerciales y la infraestructura para mejorar el rendimiento en las inversiones de capital natural, humano y económico, a la vez que reduce las emisiones de gas de efecto invernadero, con menos extracción y uso de los recursos naturales, la creación de menos desechos y la reducción de las discrepancias sociales.
Aumentar la concienciación y la difusión de los valores y objetivos del desarrollo sostenible es imprescindible. Si seguimos haciendo las cosas tal y como lo hacemos hoy, en 2050 necesitaremos 3 planetas como el nuestro para atender a toda la demanda: esto es, a todas luces, insostenible. El incremento de la población produce un estrés en el uso de los recursos. Ese impacto debe ser minimizado o sustituido por la capacidad de gestionar de forma diferente, un modelo nuevo desde la cadena de producción hasta el uso posterior de los productos utilizados (la recirculación de la materia prima o energía empleada en la producción). Este nuevo paradigma, o revolución de los recursos debe ser colaborativa, los planes de acción aislados no nos ayudarán. La colaboración y la cooperación de los agentes de un territorio (empresa, administración, personas) es la clave.
Un ejemplo de plan colaborativo que forma parte de la cultura de empresa, un cambio estratégico que beneficia a toda la sociedad, es el proyecto de Aigües de Barcelona «Desarrollo Sostenible. Una realidad de futuro». Este es un concepto que quiere desmarcarse del green washing tan en boga actualmente. El cambio hacia el desarrollo sostenible se consigue con una estrategia de trabajo y un cambio cultural radicales basados en los tres ejes en los que se desarrolla la sostenibilidad: económico, social y ambiental; invertir mucho dinero en un marketing verde pero no realizar ninguna acción sostenible no nos llevará al cambio. La visión clásica de anteponer la economía al desarrollo sostenible se ha desvanecido y la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) también ha evolucionado. Algunas de las acciones desarrolladas a partir de «Una realidad de futuro» son: un fondo de solidaridad para el consumo de agua de familias en peligro de exclusión, renovación de la flota de vehículos por automóviles eléctricos, uso de energía verde (biogás) en las depuradoras o la mejora de la gestión del ciclo integral del agua. Acciones que finalmente se llevan a cabo, de las que hay pruebas y constancia, son las que nos llevan a una ciudad sostenible y una sociedad responsable.
El desarrollo sostenible ya no es una opción, sino una necesidad. Se han gestionado bien algunos recursos, pero ya no sirve solo esto. Hacer las cosas mejor ya no es suficiente, se tienen que hacer de una forma radicalmente diferente y con alcance global.
Los Objetivos del Desarrollo del Milenio han cambiado la vida de miles de personas antes de la fecha límite marcada (2015). Tras estos objetivos, nacen los Objetivos del Desarrollo Sostenible con un ambicioso plan a largo plazo enfocado a las generaciones futuras. Por ahora, vamos a poner toda nuestra atención y esfuerzos en la COP 21, en París, donde el cambio climático y la reducción de emisión de gases de efecto invernadero serán los protagonistas.