La estudiante que trazó su historia de éxito: del barrio marginal de Santiago de Chile a matrícula de honor en Ingeniería | «Mi misión sólo era estudiar. Pensé que podía ser diferente y salir adelante»
Daniela Rebolledo creció en Renca, una población marginal del extrarradio de Santiago de Chile con elevados niveles de delincuencia, tráfico de droga y abandono escolar. Su madre la trajo al mundo cuando solo tenía 14 años y la dejó al cuidado de una pariente lejana. Las circunstancias socioeconómicas no eran las más favorables para pensar en un futuro brillante para la pequeña Daniela. Veinticuatro años después, se ha licenciado con matrícula de honor en una exigente carrera, Ingeniería Civil Industrial, y el pasado enero fue contratada por Aguas Andinas, filial de Agbar en Chile, como especialista en Continuidad de Negocio.
La historia de superación de esta entusiasta ingeniera está vinculada al proyecto educativo de la Fundación Astoreca, que gestiona tres colegios en Chile, en uno de los cuales, el San Joaquín, se escolarizó Daniela a los cinco años, y a la beca otorgada durante sus seis años de carrera por la Fundación Agbar. «Soy hija de madre soltera y nunca conocí a mi padre. Hasta que hace un año y medio me casé, siempre viví con Ana, la persona que considero mi madre, que ahora tiene 84 años. Ella no sabe leer pero es muy buena con los números, fue ella la que me inscribió en el colegio San Joaquín», relata en Barcelona, a donde ha viajado esta semana para asistir a actos organizados por Agbar, con motivo del Día Mundial del Agua que se celebra hoy.
Daniela culminó su formación en el colegio San Joaquín con un expediente impecable, «con promedio escolar de 6,7 sobre 7», remarca Ximena Torres, su profesora en primero de básica y ahora directora académica de la Fundación Astoreca. «Yo gestioné la beca Agbar, que cubre todos los gastos, para que Daniela pudiera ir a la Universidad Técnica Federico Santa María», añade Torres. Consiguió la segunda nota más alta de acceso a este centro privado donde ha estudiado durante los seis años de carrera.
Además de una excelente alumna, Daniela era líder en clase y una exigente deportista que formó parte de la selección nacional de balonmano en la categoría juvenil, apunta Torres. La joven ingeniera considera que lo que ha conseguido es lo normal: «Mi única responsabilidad era estudiar; Ana, mi madre, salía cada día a trabajar, iba de casa en casa vendiendo ensaladas, mi misión sólo era estudiar, ¡cómo lo iba a hacer mal! Pensé que podía ser diferente y salir adelante».
Cuenta que su historia personal demuestra que «la educación iguala. En mi primer año de universidad había mucha diversidad en clase, compañeros riquísimos que vivían en casas de tres plantas, otros humildes, pero me di cuenta que todos estábamos en la misma situación, al margen de nuestro pasado todos seríamos ingenieros».
La beca de Agbar -concede dos cada año para cursar Ingeniería Civil- le ha permitido no tener que endeudarse y empezar su vida laboral sin cargas económicas, al contrario que buena parte de los estudiantes chilenos, que tienen que recurrir al crédito para poder enrolarse en la universidad. Sus amigas íntimas de Renca han tenido futuros diferentes: una se quedó embarazada y dejó el colegio y otra estudió Pedagogía en Educación Física demostrando también que el círculo se puede romper.
Publicada en La Vanguardia