La cooperación al desarrollo, tal y como la conocemos, nació después de la II Guerra Mundial y durante casi cincuenta años se ha mantenido gracias a la ayuda oficial que han venido destinando la gran mayoría de los países desarrollados o lo que es lo mismo los llamados países donantes.
Al inicio de la década de los años ochenta del siglo pasado, la Asamblea General de Naciones Unidas fijaba la ayuda, como objetivo a cumplir en el 0.7% del total del Producto Interior Bruto de cada país. La realidad es que a día de hoy, pocos estados han alcanzado esta meta. La mayoría ha mantenido su ayuda oficial para el desarrollo en el 0.3%, e incluso en los últimos tiempos, sacudida por un contexto de crisis mundial, esta cifra ha ido a la baja.
Sin embargo, en los albores del siglo XXI, al tiempo que esta cifra se estancaba o descendía, el concepto de ayuda al desarrollo comenzaba una lenta y paulatina transformación, en la medida en que se daba entrada a una nueva forma de colaboración de carácter público-privado, que no solo venía a paliar los efectos del retraimiento económico público, sino que además aportaba un gran valor añadido en forma de transferencia del conocimiento.
Y es que en materia de cooperación, no tiene sentido que la aportación sea puramente económica. Tan o más importantes resultan también la aportación del conocimiento y el «expertise» que atesoran muchas empresas privadas, verdaderos referentes en sus respectivos sectores, convertidas así en fuentes de conocimiento para hacer más eficaz y eficiente esa ayuda al desarrollo. Unido a ello, la globalización facilita el trabajo en red, permitiendo conectar territorios y centros de investigación e intercambiar experiencias. En definitiva, hace más fácil que podamos avanzar hacia una gran comunidad global del conocimiento, imprescindible si queremos afrontar los retos globales a los que tenemos la obligación de encontrar respuestas: el cambio climático y las migraciones, las crisis humanitarias, el acceso a los alimentos y su efecto sobre la seguridad alimentaria, la desigualdad y sus posibles consecuencias en el acaparamiento de recursos. Para todo ello, la colaboración público privada es imprescindible.
Finalmente, y tal vez lo más importante, la cooperación hay que entenderla como un compromiso con el desarrollo personal y social de las personas y del mundo en el que vivimos; como un proceso de cercanía a cada momento, a cada situación y a cada territorio, porque la riqueza de la globalidad es la suma de las particularidades locales.
Y es en este nuevo contexto, donde las estrategias de colaboración público-privada, así como la cooperación internacional, precisan la búsqueda de nuevas iniciativas que, además de involucrar a la población local y hacerla partícipe de su desarrollo, faciliten nuevas herramientas para ayudar a las instituciones, organizaciones y entidades sin ánimo de lucro a conseguir mayor implicación de sectores clave que tradicionalmente no participaban activamente en temas de solidaridad y acción social.
La cooperación en el mundo del agua
El acceso al agua es fundamental para la supervivencia de la especie humana y la erradicación de la pobreza. Por eso distintas resoluciones de Naciones Unidas vienen poniendo el acento en la necesidad de entender el agua como una herramienta para la paz y no como motivo de conflicto. De ahí que la gobernanza del agua se haya convertido en un elemento estratégico de primer orden, ya que en función de la manera en que seamos capaces de abordar la cuestión del agua seremos, a su vez, capaces de contribuir a la convivencia en equilibrio, facilitando su acceso a millones de personas que de otra manera se verían abocadas a desplazamientos masivos.
Desde mi punto de vista, y como vengo sosteniendo desde hace tiempo, la cooperación debe trascender su significado tradicional y responder a una voluntad de integración y participación transversal para contribuir al desarrollo, que cuente con la participación de diversos agentes que interactúen y puedan contribuir desde diferentes espacios al desarrollo y el bienestar con una moneda común, que enriquezca a quien lo comparta y a quien lo reciba en su transferencia: me refiero al conocimiento.
Y es en este ámbito, donde se enmarca un proyecto de cooperación internacional muy apreciado, un proyecto que iniciamos en 2014 de la mano de Unicef y Fundación Aquae, en coordinación con el gobierno de Perú y las autoridades locales, para que más de 5.000 familias de 15 comunidades rurales, de las regiones de Ucayali, Amazonas y Loreto, dispongan de acceso al agua potable y al saneamiento.
Hoy veinticuatro meses después, estamos en condiciones de mostrar con hechos, lo que comenzó como una declaración de intenciones, y a finales de abril, en la embajada de Perú en España, tuvimos la oportunidad de dar a conocer lo avanzado del proyecto y los logros alcanzados.
Del mismo modo que hemos llegado a acuerdos con UNICEF, también colaboramos con otras instituciones y organismos, como el Centro Internacional de Toledo para la Paz para la autogestión sostenible del agua y la energía en comunidades del Líbano; o en la India, con la Fundación Vicente Ferrer, para instalar riegos por goteo alimentados por energía solar en catorce aldeas. O a nivel local, constituimos fondos de solidaridad para facilitar el acceso al consumo básico de agua de las personas más vulnerables y en riesgo de exclusión social. Todas estas iniciativas ponen de relieve nuestro compromiso con las personas en particular y con la sociedad en general.
Así pues, para la compañía que presido y para sus fundaciones, el proyecto de la Amazonía peruana ejemplifica la forma en que entendemos y nos comprometemos con la cooperación al desarrollo. Un compromiso fundamentando en tres ejes de actuación: Transferencia de conocimiento y puesta en común de estrategias de intervención y soluciones plausibles, efectivas e innovadoras. Implicación de las autoridades y empoderamiento de las comunidades rurales mediante un liderazgo compartido, colaborativo multiétnico, intergeneracional y trasnacional. Y finalmente, escalamiento del proyecto mediante la difusión nacional e internacional de la experiencia, para posibilitar que se beneficien otras comunidades y un mayor número de habitantes.
El futuro de la cooperación: una buena gestión del conocimiento
La esencia de la cooperación por la que apostamos, en base a un desarrollo sostenible, se resume en la idea de compartir el conocimiento. Pero esta concepción de la cooperación requiere tanto del conocimiento científico y de la innovación tecnológica como del apoyo institucional a la hora de establecer los cauces adecuados para que sea efectiva. La esencia de la cooperación también supone trabajo compartido, la aplicación de conocimientos y experiencia, el dominio de la tecnología y la innovación, la búsqueda de objetivos comunes y una visión desde una perspectiva global que tenga en cuenta cada realidad local.
A todo ello habría que añadir ineludiblemente la implementación de la economía circular como única salida al desarrollo sostenible. Porque cualquier política por el desarrollo, pasa hoy en día por la sostenibilidad. De ahí que tengamos muy presentes los Objetivos de Desarrollo Sostenibles, fijados por Naciones Unidas en lo que ya es la agenda 2030. Fecha para la que ya prevemos que la demanda de agua aumentará en un 40%, el consumo de energía será el doble del actual, y la necesidad de alimentos crecerá en torno a un 30%. Partimos de la voluntad de lograr con éxito esta agenda transformadora, que invita al cambio, a la acción para combatir la pobreza pero también para proteger al planeta; y la única manera de conseguirlo es enfocando el desarrollo mundial hacia unas pautas sostenibles, donde la economía circular juega un papel esencial.
La colaboración entre el sector público y privado es relevante, por lo que las acciones conjuntas son cruciales para fomentar una economía verde un desarrollo sostenible. No sólo el sector público y la sociedad tienen que ser globalmente responsables, sino también la comunidad empresarial. El sector privado debe minimizar sus impactos y encontrar cauces para el fomento de la protección de la flora y la fauna, de los océanos, mares y ríos o la promoción de la agricultura, la pesca y los sistemas alimentarios sostenibles. Para ello, la inversión en I+D+i, el fomento de la educación en sostenibilidad y la apuesta por negocios sostenibles, es clave.
Finalmente, el concepto de cooperación sostenible debe fundamentarse en el conocimiento, la innovación y la gestión del talento. El talento, la capacidad transformadora de las ideas y la inteligencia para saber integrarlas, es uno de los bienes más preciados. Desde esta perspectiva, la cooperación es un nuevo talento. La transferencia de conocimiento, por su parte, es la clave de una nueva cooperación, un modelo en el que todos ganamos con un crecimiento sostenible.
Ello nos exige, más que nunca, la colaboración entre todos los agentes implicados: administraciones, empresas, instituciones locales e internacionales, profesionales, científicos y ciudadanos. En las circunstancias actuales, de forma especial, la cooperación público-privada aparece así como una práctica determinante, teniendo en cuenta el papel de cada uno de los sectores, respetando cada uno el papel de los demás y asumiendo sus propias responsabilidades.
En definitiva, el compromiso en materia de cooperación internacional y ayuda al desarrollo ha de incardinarse en nuestro quehacer cotidiano con una perspectiva de largo plazo, fundamentada en la concepción de un desarrollo sostenible y sostenido que permita situar el horizonte en 2050.