El pasado 8 de febrero recibí la Clau de Barcelona. Un galardón que otorga el Club d’Amics Clau de Barcelona, que reconoce y rinde homenaje a quienes contribuyen con su esfuerzo y trabajo al buen nombre y a la proyección de la ciudad. Una distinción que interpreto como un reconocimiento a la buena gestión del agua y a la actitud de colaboración con las instituciones que ha regido la actividad de Aigües de Barcelona durante sus 150 años de historia juntos.
Durante mi intervención en el acto, quise agradecer a los alcaldes de la ciudad su comprensión y su firmeza en la defensa de un modelo que es universal, que funciona y que es un ejemplo de colaboración entre sus instituciones y las iniciativas privadas. Barcelona es un ejemplo para muchas otras ciudades del mundo. No tengo ningún otro mérito al recibir este honor que no sea el esfuerzo que he hecho, y que hemos hecho, allá donde he trabajado por Barcelona, tan íntimamente asociada al nombre y a la historia de la empresa que presido. Un reconocimiento que me honra de un modo especial, porque proviene de la sociedad civil, porque premia el papel de las personas, de los profesionales y de las alianzas e iniciativas público-privadas para fortalecer, para hacer más cohesionada, más grande y, me atrevo a decir también, para hacer más justa la ciudad que todos nosotros compartimos.
El servicio a Barcelona ha sido una importante motivación en mi vida profesional y personal. Y esta búsqueda de la excelencia también ha sido motor para todas las mujeres y los hombres – seis generaciones a lo largo de su historia- que día a día han hecho y hacemos juntos Aigües de Barcelona y Sorea en Cataluña. He procurado ser siempre leal a esta responsabilidad, a esta voluntad de servicio, siguiendo el ejemplo de quienes antes que yo presidieron la compañía.
Barcelona, está claro, es nuestra razón de ser, es lo que nos define, es lo que nos ha hecho crecer como empresa. La ciudad nos ha moldeado, nos hemos imbuido de su carácter y nos hemos convertido en embajadores de Barcelona allí donde hemos dejado nuestra huella empresarial y de reconocida gestión, ya sea en el Reino Unido, en Chile, en Estados Unidos o en un país a priori no muy proclive a la iniciativa público-privada como es Cuba, donde gestionamos el servicio de agua de La Habana y Varadero.
Esta ciudad y Aigües de Barcelona hemos caminado juntas, nos hemos transformado mutuamente y nos hemos proyectado al mundo. Barcelona es referente como ciudad emprendedora. Esperamos que siga siéndolo y, todos juntos, dentro de nuestras responsabilidades, debemos preservar y proyectar este espíritu. Ahora más que nunca necesitamos reforzar la imagen de Barcelona como una ciudad innovadora, una ciudad de talento, una ciudad de conocimiento, acogedora y respetuosa con todo el mundo.
En la liga mundial de las ciudades globales no nos podemos permitir perder ritmo, ni mucho menos competitividad. Jugar en esta liga requiere de trabajo continuado, perseverancia, objetivos y criterios claros. Avanzar, dar marcha atrás cuando sea necesario, escuchar y dialogar. Pero, por encima de todo, capacidad de adaptación a la realidad. Los manuales y las teorías económicas o las ideologías políticas no son verdades absolutas inmutables. Lo que quieren y necesitan las empresas de todo el mundo y los emprendedores es un marco estable, creíble, un clima que favorezca las iniciativas empresariales y un marco de seguridad jurídica para trabajar a largo plazo con unas reglas del juego iguales para todos. El interés del ciudadano, también a largo plazo, está por encima de cualquier interés táctico y de cualquier tentación populista. Barcelona y, por extensión, Cataluña, ha sido y es un referente internacional en la colaboración entre el sector público y el sector privado, y gracias a este trabajo y actitud compartida pudimos celebrar los Juegos Olímpicos de 1992. Hoy mi experiencia es que este mismo interés de colaboración público-privada es el que hará posible los Juegos Olímpicos de París de 2024.
Este es nuestro legado, nuestro sello. Una combinación ganadora que ha hecho de Barcelona un lugar que suma sinergias, una ciudad a la que todo el mundo puede venir a hacer su aportación. No hay patrimonio más valioso que este y de él podemos presumir en el nuevo mundo del siglo XXI. Un siglo donde las ciudades son protagonistas y donde cada una tiene su propio relato.
El agua, en este contexto, es estratégica, es un factor de sostenibilidad y de competitividad, que favorece el desarrollo y las inversiones. Sin agua no hay actividad económica ni urbana. El agua es la cuna de la civilización. Es aquí donde la experiencia, la pasión por la innovación y la voluntad de servicio y de atención a las personas tienen un peso diferenciador. Y es aquí, también, donde quiero reivindicar en voz alta la labor llevada a cabo en el campo social por nuestra compañía. Aigües de Barcelona nunca ha cortado ni cortará el agua a nadie que no haya podido o no pueda pagarla.
Queremos seguir trabajando por Barcelona, caminar a su lado creando sinergias en un día a día conjunto para hacer frente a los retos del futuro, como la lucha contra la pobreza y el cambio climático. Son retos que nos deben implicar a todos y que requieren todas las energías posibles, el compromiso y la implicación de todos y cada uno de nosotros. Y este ha sido el éxito de Aigües de Barcelona: la implicación de un gran equipo humano. Si tuviera que destacar un rasgo diferencial de la etapa que me ha tocado dirigir, me atrevería a decir que el actual es un trabajo absolutamente colectivo, más que nunca. Y no me refiero solo a todo el equipo de nuestra casa, las más de mil personas que trabajan en Aigües de Barcelona y las mil que trabajan en Sorea, sino también a nuestros proveedores, a las entidades culturales y sociales con las que colaboramos estrechamente, o las universidades, o las instituciones del ámbito de la investigación, o las instituciones empresariales, o las administraciones públicas titulares del servicio que prestamos. Y, cómo no, nuestros clientes, nuestros ciudadanos.
Quisiera por ello que esta distinción representara también un reconocimiento al esfuerzo de todos los trabajadores: como he dicho antes, estas seis generaciones a las que he hecho referencia, que durante 150 años han situado la compañía al máximo nivel de solvencia y de prestigio internacional. Este galardón nos anima, nos da impulso y sirve también como aliciente renovado para seguir avanzando. Sin duda, la Llave de Barcelona es un símbolo de este bien tan preciado e importante que es el diálogo, un valor imprescindible, ahora más que nunca, para llegar a compromisos y soluciones para nuestro entorno y nuestra comunidad donde todos y todas podamos sentirnos partícipes e integrados.