El agua es sinónimo de vida y es la base del desarrollo humano. Sin embargo, el tratamiento de las aguas servidas y su devolución a la naturaleza de manera segura para las personas y el medioambiente es, aún a estas alturas del siglo XXI, poco habitual en el mundo.
Según UN Water, el 80% de las aguas servidas no son tratadas y, en su recorrido, trasmiten enfermedades como la diarrea, el cólera, la hepatitis, el tifus o la polio. En el mundo son 1.800 millones de personas las que usan cotidianamente agua contaminada por materia fecal. La misma UN Water señala que en 2030 seremos 8.500 millones de personas en el planeta y la demanda global de agua aumentará en un 50%, teniendo en cuenta uso doméstico, para la agricultura y para la industria.
En este escenario, es evidente que el agua y el saneamiento son claves para mejorar la calidad de vida de las personas, favorecer el crecimiento económico y asegurar la sostenibilidad. Pero la mirada tradicional del tratamiento de aguas se queda corta. Sólo pensar en el agua residual como un recurso renovable y reutilizable a bajo costo permitirá dar respuesta a los retos a los que nos enfrentaremos en un futuro muy cercano.
Hemos intentado cambios de paradigma en el pasado como este y el resultado ha sido un éxito rotundo. En 1999, Aguas Andinas inició el Plan de Saneamiento de la Región Metropolitana de Chile, entonces hogar de más de 6 millones de habitantes, más de un tercio de la población del país. En apenas 12 años se consiguió incrementar del 3% al 100% de tratamiento de las aguas residuales. Un conjunto de obras, levantadas en tiempo record, transformó drásticamente Santiago y su entorno: cerró las descargas de aguas servidas a los ríos y canales que cruzan la ciudad y, sobre todo, permitió recuperar el emblemático río Mapocho que atraviesa el centro de la capital chilena.
Hoy ya no se recuerda aquel río que era una cloaca a cielo abierto. Los santiaguinos recorren el cauce en bicicleta, se reúnen en sus puentes, y disfrutan de las áreas verdes que bordean el rio, que se han convertido en conectores de movilidad sostenible y pulmones verdes de la ciudad. Todas las aguas servidas de Santiago van a un complejo de dos depuradoras, de las más grandes del mundo con digestión anaeróbica. Los beneficios son multidimensionales: en calidad de vida, crecimiento económico y conservación del medio ambiente.
Es un logro enorme e incuestionable, pero el nuevo escenario plantea un nuevo desafío. Y Aguas Andinas apuesta otra vez por la sostenibilidad social, ambiental y económica mediante un cambio de paradigma, bajo los principios de la economía circular. Desde 2017, el conjunto de instalaciones formado por La Farfana, Mapocho-Trebal y El Rutal, son uno de los mayores sistemas de tratamiento de aguas residuales del mundo: la Biofactoría Gran Santiago.
No es un proyecto futuro sino una realidad en la que se trabaja día a día con resultados medibles y metas claras y concretas: recuperar agua para nuevos usos; generar cero residuos; lograr la autosuficiencia energética de las instalaciones, y tener cero impacto ambiental, logrando al mismo tiempo la armonía de las instalaciones con su entorno. Todo esto, con un plus de impacto social positivo.
Estos resultados se obtienen gracias al conocimiento profesional acumulado en más de 150 años en la gestión del ciclo integral del agua y el uso intensivo de tecnología, innovación e investigación, aplicados en seis ejes:
AGUA, porque al tratar el 100% de las aguas residuales éstas no sólo siguen su viaje creando vida a lo largo de los cauces, sino que además se les da una segunda oportunidad para otros usos en agricultura y regadío y un posible reúso para transformarse de nuevo en agua potable.
ENERGÍA, porque aplicamos una política de reducción de emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero, y además de la autosuficiencia energética buscamos sinergias con Santiago de Chile, aportando a diversos consumos de la ciudad incluyendo gas ciudad para cerca de 30 mil hogares.
BIOSÓLIDOS, porque un residuo se convierte en fertilizante de uso agrícola y materia prima para la producción de energía para otras industrias.
AIRE, porque los nuevos sistemas neutralizan los olores emitidos en la instalación; reducimos las emisiones de gases y, mediante la reforestación ayudamos a minimizar el impacto ambiental.
BIODIVERSIDAD, porque gracias al tratamiento de las aguas residuales se está recuperando el ecosistema del río Mapocho. Según un estudio del Centro de Ecología Aplicada (Chile 2017), han regresado diversas especies de peces e insectos (plecópteros y tricópteros) que son bioindicadores de una mejor salud del río. Además, con la creación de la laguna de La Farfana y la conservación de El Rutal, favorecemos la vida silvestre y la conservación de especies endémicas.
VALOR COMPARTIDO, porque generamos emprendimiento e innovación social con las comunidades vecinas en una apuesta por el beneficio mutuo. Potenciamos iniciativas de Km cero para reducir la huella de carbono disminuyendo las distancias de transporte hacia la Biofactoría. Favorecemos el desarrollo de equipos de investigación, en especial en el campo de la biotecnología e ingeniería de los procesos de primera clase mundial. Finalmente, impulsamos el emprendimiento en las comunidades vecinas, para que sean parte de la cadena de valor de la biofactoría.
Estos ejes son parte fundamental de los Objetivos de Desarrollo del Milenio del grupo y se alinean con los compromisos país firmados por Chile en la COP21. Nuestra mirada va más allá del agua y de esta forma los residuos se transforman en recursos, nuestros y para otros.
Estamos comprometidos con un futuro basado en la economía circular, la innovación, el conocimiento, la tecnología con y para las personas. Creemos en un futuro viable desde la gestión público-privada, la co-creación, el valor compartido y la co-responsabilidad de empresa y ciudadanía, donde todos somos no sólo protagonistas, sino responsables hacia nosotros mismos y hacia todos los seres vivos con los que tenemos la dicha de compartir el planeta tierra.